El escritor y periodista Antón Castro habla de Todos los besos del mundo en su blog. Esta noticia también aparece en Heraldo de Aragón en su versión digital:
"Félix
Romeo Pescador (Zararagoza, 1968-Madrid, 2011) escribió: “Soy escritor y
vivo de las palabras. De ordenarlas y de desordenarlas. De hacer que
digan cosas que siento y cosas que creo y cosas que suceden, las quiera o
no, y cosas imaginarias y deseos y cosas que veo. (...) Soy escritor y
también soy lector (...) Sí, me gustaría tener algo más que palabras.
Pero no me gustaría quedarme sin palabras”. Las palabras fueron sus
aliadas: en la lectura, en la tertulia, en las confidencias y en su
correspondencia, en los emails o en los sms (solía despedirse con la
frase “Todos los besos del mundo”) y en la escritura.
Gracias
a su madre Carmen Pescador fue un lector incipiente, y no dejó de
escribir jamás: artículos, poemas, prólogos, catálogos de arte, novelas,
falsos diarios, diccionarios, novelas-reportaje o novela-crónica, como
podrían calificarse libros como Amarillo (Plot, 2008), el relato de
tres jóvenes en Barcelona cargados de sueños, o el póstumo Noche de los
enamorados (Mondadori, 2012), donde hace la radiografía de un crimen,
vinculado a su estancia en la cárcel de Torrero en su condición de
objetor de conciencia insumiso. Y escribió cuentos sin parar: cuentos de
encargo, sobre todo. El encargo era para él un estímulo: le obligaba a
vencer cualquier resistencia o amago de pereza.
Firmó
cuentos, de diversa factura y de varia obsesión, desde principios de
los 90 hasta su inesperada muerte en Madrid. Y esos cuentos, diecisiete
en total –aunque el primero, ‘Buscando el cielo’, en realidad contiene
tres textos, más bien complementarios, sobre Gallocanta, Calanda y Los
Monegros-, han sido recogidos por la escritora y bibliotecaria Eva Puyó y
por el escritor y editor Chusé Raúl Usón en el libro Todos los besos
del mundo (Xordica).
En varios de
los primeros relatos, casi a la manera buñuelesca, se perciben dos
obsesiones explícitas: la figura del padre y la pistola. Su padre, Félix
Romeo, fue policía y esa profesión marcó el imaginario de su infancia.
‘Gallocanta’ arranca así: “Habíamos ido a ver las grullas y yo solo
pensaba en mi padre”. ‘Monegros’ es un texto que parece desgajado de su
novela de iniciación: Dibujos animados (1994). En el segundo relato,
la pistola ya está ahí, como un objeto extraño en la vida de pareja:
“Esta es una historia de amor. Aunque hay una pistola. Le pondré una
pistola a Carmen en la cabeza y le diré que me diga que me quiere”. En
el tercer texto, ‘A mad man with a gun. Thanks!’, dice: “Mi padre solo
le ha puesto dos veces una pistola en la cabeza a un tipo”. En otro
texto, de viaje, fuga y cárcel, anota: “México es el único lugar al que
mi padre no puede ir, fue expulsado con deshonor por atraco a mano
armada”. Y esa obsesión por el progenitor y las vidas peligrosas
persiste en ‘Amar al padre’, donde cuenta: “Pagamos la fianza. Mi padre
salió de la cárcel y un año más tarde, en el juicio, le condenaron a
siete años de prisión”. En otro lugar, uno de los padres de ficción le
pone una pistola en la cabeza al jugador Saturnino Arrúa.
Félix
Romeo tenía otras muchas obsesiones: quizá su tema central fueran las
tormentas de amor y desamor de las relaciones de pareja, siempre
complejas, tortuosas y fascinantes; en ocasiones, las aborda con mucho
sentido del humor, como ocurre en ‘Cinco camas y setecientos vinos’, el
relato de una pareja, más bien ardorosa en sus encuentros, que destroza
todas las camas que usa. Hay varios cuentos de amor, con viajes al
fondo, con gastronomía y lecciones de francés, con la intimidad de cada
día. “Grita terremoto, terremoto, y le besa en el cuello”, dice en
‘Temblor’, casi un microcuento de aire doméstico e inquietante. Hay
muchas más cosas: la pasión por Zaragoza (“la novia del viento”, como la
bautizó d’Ors) y el río Ebro, motivo de una tesis doctoral en uno de
los mejores relatos del conjunto, ‘En una isla flotante’; el interés por
los animales de compañía de los Bowles y William S. Burroughs. También
están su visión cosmopolita, su afición a las ciudades, al arte y a los
libros, y su equipaje favorito: la incorporación de su propia
autobiografía a la ficción, tan presente en muchos textos y
especialmente en ‘Verano del 75’.
‘Todos
los besos del mundo’ es un libro paradójico: luminoso y doliente a la
vez, vitalista y melancólico, límpido y a la par enmarañado de
obsesiones, de ejercicios de estilo, de trampantojos de palabras, de
búsquedas. Félix Romeo fue un escritor, un agitador y un ciudadano
necesario que vivió “amorosa e irremediablemente herido por las letras”,
como ha dicho Javier Tomeo."
En la imagen un retrato de Antón Castro por Alberto Aragón.
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