José Ángel Barrueco escribe una crítica de Todos los besos del mundo de Félix Romeo en la revista Culturamas:
Y SU PRESENCIA ARRAIGA ENTRE NOSOTROS.
24 de octubre de 2012
Es habitual que, tras la muerte de un
escritor, se rebusque en sus archivos personales a la caza y captura de
inéditos. A veces ese rastreo se salda con beneficios literarios, es
decir, obras que merecen la pena, obras que necesitamos. En otras
ocasiones el lector sabe que los gestores de los derechos del finado le
han hecho un flaco favor al desenterrar textos que estaban mejor a la
sombra. Éste no es el caso de los cuentos de Félix Romeo (1968 – 2011).
Las historias reunidas no eran inéditas, sino que estaban dispersas en
periódicos, antologías y revistas. Y, aunque lo fuesen, este volumen
pertenecería al del primer ejemplo. Porque merece la pena. Y mucho.
Los editores de Xordica nos han hecho un
regalo publicando estos relatos, unos diecisiete en total. Yo sólo
había leído un par de ellos, y por esta ignorancia me he llevado gratas
sorpresas: se agrupan aquí cuentos admirables que atrapan al lector en
la primera línea. Los arranques de Félix son precisos, captan la
atención y el interés de inmediato, como debe ser. Veamos algunos
ejemplos:
Así empieza “Amor y explosivos
plásticos”: Esta es una historia de amor. Aunque hay una pistola. Le
pondré la pistola a Carmen en la cabeza y le diré que me diga que me
quiere.
Y éste es el comienzo de “Después del
día de los enamorados”: Esta historia dura bastantes años, sucede en
varios países, pero se cuenta en veinticinco minutos, el tiempo de la
comunicación en la cárcel, con mi padre.
O el de “La piscina”: Cuando compramos
la casa, Marisa y yo bromeábamos con la posibilidad de encontrar un
cadáver enterrado en alguna parte.
En Todos los besos del mundo (frase
extraída de los correos electrónicos del autor) hay amores que perduran y
amores que se marchitan, está presente la sombra del padre, hay
pistolas y ajustes de cuentas con el pasado, a veces encontramos el
relato con unas gotas de Raymond Carver (pienso en “Cigarrillos”), otras
veces corroboramos que Félix era una enciclopedia literaria andante
(ahí está “El hombre invisible y el zoo de los Bowles”), o paladeamos
una historia deliciosa que habla de dos amores narrados con la simetría
de quien sabe que cada relación es igual pero distinta (no se pierdan
“Sonia y Natalia”, la semblanza de dos mujeres opuestas).
Incluso las historias más crudas
desprenden cierta ternura. La ternura de Félix Romeo ya se intuía en su
prosa. En cada uno de sus cuentos el narrador parece entrar despacio
dentro de los lectores, como quien se cuela en una habitación en
silencio y de puntillas, pero su presencia arraiga en nosotros: es
precisamente ese andar sigiloso el que ha hecho de su obra lo que es,
una sensible mezcla de memoria y de ficción en la que se dan la mano el
pop y las pasiones literarias.
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